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El vino y la psicología. ¿Qué tienen en común?
El vino y la psicología

Hay un gran vínculo entre el vino y la psicología. Pasa desapercibido e igual te preguntes qué tienen en común estos dos temas tan diferentes.

A simple vista, puede parecer que tienen poco que ver. Pero, si nos detenemos un poco a observar, veremos que si algo caracteriza al vino es su color, aroma y sabor. Estos tres elementos están vinculados con nuestros sentidos. Y, estos, con el que es el cerebro, que es quien procesa la información que recibe a través de los nervios sensoriales.

Para tratar este interesante tema, hemos contado con la colaboración de Laura García, de Coaching con Laura. Una experta en psicología y coaching que se declara amante del vino. Que reconoce lo mucho (y bien) que ha aprendido a disfrutar de él. Y como cada botella descorchada, y cada copa consumida, evocan en ella un sinfín de emociones y recuerdos. Esperamos que disfrutes este artículo tan interesante que nos trae Laura.

 

La experiencia sensorial del vino

 

La experiencia de vivir y disfrutar el vino está muy vinculada a los sentidos. De todos ellos, el olfato, es uno de los más ligados al vino y a las emociones. A través de él evocamos recuerdos que nos transportan a lugares almacenados en nuestra memoria.

Dicen los expertos, que cuando se agita una copa de vino, consigues que el olor se desprenda y produzca un intercambio de fluidos entre la superficie y el interior de la copa que separa las moléculas. Y esto permite que lleguen a nosotros un sinfín de aromas sutiles. Pero, a la vez, evocadores. Que nos sacan de donde estamos y nos conectan con momentos únicos de nuestra vida.

Porque, ¿quién no tiene un recuerdo almacenado con olor a madera, a tierra mojada o a fruta madura?

Por su parte, la vista se relaciona con los colores y el gusto con el sabor.

El gusto que deja en nuestros paladares, es similar a las situaciones del día a día. Algunas nos dejan la boca totalmente seca y necesitamos tiempo para poder reaccionar. Como cuando, por ejemplo, experimentamos un miedo intenso o una pena profunda. Otras, en cambio, nos proporcionan un sabor afrutado y dulce que hace que queramos repetir constantemente, más y más. Piénsalo. ¿A quién no le gustan los momentos dulces de la vida?

 

El vino y la psicología. Una cuestión de emociones

 

El vino y todo lo que le rodea está estrechamente vinculado con las emociones.

El mundo del vino es un espectáculo sensorial. Y, es precisamente a través de nuestros sentidos, como percibimos las emociones. De ahí, que exista una estrecha relación entre ambos mundos.

Pero, ¿qué son las emociones?

Las emociones no son más que la manifestación física de nuestros pensamientos. Pensamos, rememoramos, recordamos o anticipamos algo e inmediatamente, incluso a veces mucho más rápido que la propia consciencia, experimentamos una determinada emoción.

Por ejemplo, todos cuando escuchamos descorchar una botella, lo asociamos con alguna celebración. Con la alegría que nos produce compartir momentos, celebraciones o premios.

O incluso cuando compramos vino para celebrar algo, inmediatamente, la compra nos produce alegría. Porque nuestra mente ya está anticipando ese festejo o celebración.

Por otra parte, el vino, como la vida, es perseverancia, trabajo, amor por lo que se hace, colaboración, entrega, paciencia y disfrute.

Detrás de cada una de esas botellas que abrimos para celebrar momentos, para compartir con amigos, para reír o incluso para olvidar, hay un largo proceso de maduración en el que, hasta lo más sencillo, es de vital importancia para que se consigan grandes resultados.

El buen vino, como las personas, necesita madurar en calma, reposar y oxigenarse para mostrar su mejor versión.

Eso mismo nos pasa con las emociones. No podemos reaccionar nada más experimentarlas. Tenemos que dejarlas pasar a nuestro interior. Permitirles entrar para que reposen. Escuchar su mensaje y, cuando se hayan oxigenado, actuar en consecuencia.

Y esta reflexión me lleva a una frase que seguro hemos escuchado muchas veces y que tiene su origen en el mundo del vino.

“Que no te la den con queso”.

Su origen se remonta a hace muchos años, cuando los antiguos bodegueros recibían a los compradores de vino al por mayor y les ofrecían una cata. Como siempre había alguna añada de peor calidad, les ofrecían queso como acompañamiento del vino, esperando que el fuerte olor y sabor del queso, tapase la baja calidad del vino. Y así, con este sencillo sistema, muchos bodegueros, conseguían que los compradores adquiriesen ese vino al mismo precio que el de mayor calidad.

Y es que, muchas veces, la intensidad de lo que sentimos nos impide actuar correctamente.

Igual que el olor y el sabor del queso puede esconder la calidad de un buen vino y, con ello, el buen juicio de los compradores, las emociones, vividas con mucha intensidad, nos impiden ver lo que hay detrás de ellas y por tanto, decidir nuestra mejor opción.

Con esta última reflexión, me despido. Espero y deseo, que tras leer este artículo, identifiques mucho mejor las innumerables emociones que hay detrás de cada vino. Y te deseo muchos y felices brindis, celebraciones y momentos inolvidables regados con los buenos vinos de CestaShop.

 



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